Nuevo relato de Santino: Abriéndome paso

Mi nombre es Santino Bianco. Provengo de la tierra de los gauchos, las chacareras y el mate, un invento bastante peculiar. Aunque, últimamente también podríamos llamar a mi tierra el sitio de la inflación y las malas decisiones económicas. Diría que estas últimas características fueron la principal razón para dejar Argentina, pero creo que sería una verdad muy a medias, ya que siempre me ha fascinado el conocer nuevas culturas de primera mano.
Nací en Lincoln, una ciudad al noroeste de la provincia de Buenos Aires a la que se le conoce también como la capital nacional del Carnaval. Sin embargo, no sabría decir si esto es bien merecido o no, pues a mis 5 años de edad debí mudarme con mi familia, la cual estaba conformada por mi madre, mi padre y mis dos hermanas mayores (Angelina y Paula) a la capital de la provincia. Lastimosamente, mi hogar siempre se caracterizó por ser algo machista. Mi padre era el único que trabajaba, y mi madre se dedicaba a cuidarme todo el día. Mis hermanas en aquel momento ya eran unas preadolescentes y vivían en su mundo, por lo que en general ya no había que preocuparse tanto de ellas, o eso me parecía a mí. Todo esto no sería un problema de no ser porque éramos muchos en casa y mi padre, quien era sólo un albañil no conseguía el dinero suficiente como para mantenernos a todos, hasta que ocurrió lo inevitable, la situación se volvió insostenible. En un principio, mis abuelos paternos nos enviaban algo de dinero como para echar una mano, pero finalmente no nos quedó de otra que irnos a su casa.
Así fue como empecé una especie de nueva vida a mi corta edad. La verdad, yo, siendo un niño tan pequeño casi no entendía la situación, lo veía todo como una experiencia más o menos emocionante y hasta me hacía feliz el hecho de vivir con mis abuelos, a quienes les tenía un cariño inmenso.
Seguí creciendo, adaptándome a los cambios que me tocaba afrontar entre los que se incluían, además de acostumbrarme al ambiente de la gran ciudad, comenzar mi primaria. Afortunadamente, no me costó tanto hacer amigos, y para ser sincero, una vez que me familiaricé fui tomándole cada vez más aprecio a mi escuela. En las materias normalmente me iba excelente. Siempre me caractericé por ser un alumno súper aplicado y trabajador. Bueno, a excepción de plástica e Inglés. Por alguna razón, no lograba progresar. El dibujo se me hacía extremadamente tedioso, nunca me salía como yo deseaba y el Inglés… aunque la profesora intentaba hacerlo pasar por interesante a mí me parecían un montón de cosas sinsentido. “Para qué quiero aprender todas esas palabras raras si ya sé Español”, me acuerdo que le replicaba a mi maestra.
Esta situación persistió hasta que cursé mi tercer año de primaria. Para estas alturas, a mi madre no le había quedado de otra que buscar empleo, por lo que pasaba gran parte de mi tiempo o en casa de algún amigo o con mi abuelo. Un día, recuerdo que le dije a mi manera toda la frustración que me causaban esas materias y lo absurdo que me parecía todo. Él se echó a reír, supongo por mi discurso y luego recuerdo que me preguntó: “¿Sabías que el Inglés guarda secretos?” Me explicó que cada idioma guarda un montón de cosas interesantes que aguardan a ser descubiertas. En Inglés vas a encontrar cuentos que no están en Español, y como no quieres aprenderlo, jamás vas a poder leerlos, por ejemplo. A continuación, empezó a hablar en Mapuche, la lengua que dominaba aparte del Español. Cuando al fin se calló le pregunté qué había dicho y me dijo que me había contado una historia, pero como yo no sabía hablar ese idioma, no la conocería nunca. Le pedí que me la contara en Español pero, al contrario de eso, comenzó a enseñarme Mapuche.
Desde ese momento mi punto de vista cambió totalmente. Sentía un profundo interés por aprender. Me esforzaba de verdad en las clases de Inglés y prestaba suma atención cuando mi abuelo intentaba enseñarme la lengua aborigen que él conocía. Para mi suerte, cuando cursé el primer año de secundaria conseguí un amigo que demostraba el mismo amor a los idiomas, y juntos nos pusimos a aprender de forma autodidacta el Inglés y algo de Francés. Recuerdo que pasábamos tardes enteras en su casa frente al computador leyendo información o tratando de descifrar alguna historia.
Finalmente decidí que al terminar la secundaria estudiaría la carrera de idiomas modernos. Mis padres se mostraron bastante en contra de mi decisión, decían que era demasiado complicado, que no teníamos dinero… que mejor eligiera algo práctico que me asegurara un pronto empleo, en fin… pero me mostré firme al respecto. Al cursar mi cuarto año, sabiendo que no recibiría ayuda económica, le propuse a mi amigo que buscáramos algún tipo de empleo, como para tener nuestros propios ahorros. A él le interesó la idea, y nos pusimos a hacer de todo. Barríamos las calles o recogíamos basura, tareas que casi no nos aportaban nada pero para mí todo contaba. Mi amigo, al estar más acomodado no le molestaba gastarse su parte en banalidades. Sin embargo, yo trataba de guardar hasta el último centavo que me correspondía. Un día se nos ocurrió una gran idea. Sentados en su sofá frente al PC, encontramos una página de empleo por Internet y decidimos inscribirnos como traductores. Para nuestra sorpresa, funcionó, y a las pocas semanas ya habíamos conseguido un pequeño encargo de traducir un artículo. Fue complicado, porque no manejábamos tan bien los idiomas como para hacer algo de gran calidad, pero al menos conseguimos un resultado bastante aceptable y empezaron a llegar más encargos. Desde ese momento, nuestros ingresos crecieron a lo que para mí era un ritmo rapidísimo. Yo no tenía Internet en mi hogar, pero no me preocupaba pues mi compañero se encargaba de gestionar la página, trabajábamos juntos y luego nos repartíamos las ganancias. Al cumplir 18 años, ya tenía más de 1000 dólares en mi cuenta bancaria. Sin dudarlo, me inscribí en una de las mejores universidades del país y me mudé de casa, después de una discusión un tanto pesada con mis padres. Mi abuelo sí me apoyó en todo momento, y me dijo que no me hiciera lío por ellos, que ya lo aceptarían. Me quedé en un pequeño departamento rentado donde a duras penas cabía la cama y una cocinita, y me las arreglé para comprar una laptop, bastante vieja y usada pero para mí era suficiente. Podía utilizarla para trabajar y estudiar, que era lo que me importaba.
Con el tiempo, mis padres también me apoyaron al ver mi determinación y me gradué con honores en la universidad. Me sentía realizado, aunque las cosas se me fueron un poco a pique. La situación del país se deterioraba con rapidez y me costaba conseguir un empleo fijo. Sí, tenía la página web, pero la realidad es que eso apenas me alcanzaba para vivir, no podía utilizarla como algo fijo. Al final terminé trabajando como vendedor en una tienda de víveres. Nada que ver con lo que esperaba, pero estaba resuelto a cambiar mi situación. Fui ahorrando poco a poco hasta conseguir algo aceptable, e investigando decidí que lo mejor sería abandonar mi país e irme a España, ya que tenía una mejor situación económica y al parecer, Imperium, aquella multinacional ofrecía miles de oportunidades. Además, como dije al principio, amo conocer nuevas culturas y ese sentimiento también impulsó mi decisión. Finalmente, tras hacer todo el papeleo necesario, logré venir aquí e instalarme en un departamento bastante bueno. AL tiempo conocí a una chica, Mayerlin, quien es veterinaria. Su carácter extrovertido me atrajo en seguida, tal vez por ser justo lo opuesto a mí, y al poco estábamos saliendo juntos. Sin embargo, no lo sé… Han pasado 6 meses de eso y, si bien la amo, creo que quiere acelerar mucho las cosas. Me ha insinuado un par de veces que nos casemos, pero la verdad, es que todavía no tenemos nada demasiado formal y no creo que mis circunstancias resulten propicias. No vivimos juntos oficialmente y no siento que sea buen momento para comprometerme. He pensado en hablarlo directamente y proponerle que al menos aguardemos un tiempo a ver cómo surge todo, pero espero que no se sienta herida por eso. Además, aún me frustra no haber conseguido un trabajo estable de lo que realmente ansío. He buscado por todas partes pero todavía no consigo ni que una empresa de traducción me llame, lo cual me preocupa bastante, pues los ahorros que traje conmigo empiezan a menguar, y temo que si no resuelvo un buen trabajo pronto deba mudarme a un lugar mucho más modesto. Conociendo el estilo de vida al que ella está acostumbrada, dudo que eso le resulte aceptable, y por el momento no tengo mucho más que ofrecerle. No obstante, no estoy dispuesto a renunciar, por lo que pienso seguir esforzándome hasta conseguir algo estable. Por lo pronto, puedo arreglármelas haciendo trabajos de media jornada o cosas así, aunque no sea lo que más me guste. Y en cuanto a mi relación, bueno… estoy seguro de que lograré hacer que me entienda. Y creo que será una buena oportunidad para sincerarnos, ya que a veces la noto… quizás fría conmigo, como si algo le disgustase. Veremos qué ocurre. Por el momento a seguir luchando.