Nuevo relato: Oscura suerte

Punto de vista: Aras

El Airbus A310 MRTT aterrizó a las 0.37AM en la base militar de S.Y. en
la ciudad Afgana de Balkh.
Miré a Masha, Iván, Yerik, Pedro y otras rusas expertas en aviación.
Habíamos aterrizado en el infierno. Por las ventanillas se veían a los
soldados descargando los pesados BMR cargados de equipo militar. Cogimos
nuestro equipaje y en silencio, sin perder un solo segundo, salimos del
Airbus por el estrecho pasillo central de la cabina de pasajeros.
Fui el primero en bajar por la pasarela móvil.  El clima caluroso y el
ambiente polvoriento nos dio la bienvenida al lugar más olvidado del
planeta. Caminé junto a mis compañeros hasta el cuartel donde tendríamos
los últimos informes del objetivo. El cuartel no era más que un barracón
grande que hacía las veces de comedor, sala de reuniones y cocina, con
varios cuartos de literas al fondo de todo.
Con las últimas noticias de los compañeros que estaban combatiendo en
Bala Murgab, Norte de Afganistán salimos del cuartel hacia el Chinook
que aguardaba amenazante en un helipuerto improvisado. Tras comprobar
nuestro equipo subimos de un salto y nos dimos un abrazo,
despidiéndonos. Masha me abrazó con fuerza, luego se ajustó el casco
junto a las gafas de visión nocturna  y miró seria la aeronave. Ocupé mi
lugar junto a mis compañeros. Masha hablaba con los dos pilotos
Estadounidenses y tomó los mandos del helicóptero. Cuando el equipo de
mantenimiento completó las exhaustivas revisiones previas al vuelo, para
garantizar que el helicóptero despegaba en perfectas condiciones
mecánicas Masha inició los protocolos de despegue. La nave se elevó a
gran velocidad.
Dibujé con mi dedo en el uniforme la palma de una mano mientras repasaba
mentalmente la operación de rescate que se nos había asignado. Un
helicóptero Super Puma había caído con 9 compañeros en una zona  repleta
de talibanes. Nuestro objetivo era rescatar a los 9 tripulantes y
subirlos en el Chinook, asegurar  de la forma que fuera la zona para
cubrir a los soldados que estaban allí mientras desmontaban las placas
más pesadas del Súper Puma. Un Chinook Puede tirar de una carga de 6
toneladas sin problemas, según los cálculos de los ingenieros. El
problema que presentaba la misión es que en Afganistán todos los
vehículos se cubren con placas de blindaje de 1700 kilos, por lo que
tendríamos que custodiar la zona durante una hora, era el máximo tiempo
del que disponíamos mientras mis compañeros sacaban esas placas para
aligerar la carga.
Nosotros estábamos allí debido a que  era una misión muy delicada y
necesitaban personal que conociera las tácticas de los talibanes y
pilotos experimentados para llevar a cabo el complejo transporte del Puma.
Masha pilotaba concentrada mientras 2 helicópteros tigre cubrían al
Chinook. La rusa pidió ser escoltada por dos tigres, el poder disuasorio
de estos helicópteros de ataque es muy elevado y hacen que los ataques
de la insurgencia se desvanezcan ante su presencia.
Hice un gesto a mis compañeros, recordándoles que allí estábamos para
matar y no ser matados, que todos teníamos que volver a casa. Ví los
ojos de Yerik empañados en lágrimas, su hijo hacía una semana que había
nacido y él ahora estaba en uno de los lugares más peligrosos de la tierra.
El chinook se aproximó a tierra levantando una gran nube de polvo que
envolvió todo el valle. Todos nos pusimos en pie, quitando los seguros
de nuestras armas, la escotilla se abrió y salté al desértico lugar
mientras mis compañeros cubrían a los tripulantes del helicóptero
siniestrado hasta que subieron al Chinook y este despegaba.
Eran las 5:55 de la madrugada, caminé por el lugar ocupando la zona
trasera  del Súper Puma. El pesado equipo de protección que tenía puesto
me dificultaba cada paso que daba en aquel arenoso lugar. 7 soldados se
pusieron a desmontar las placas blindadas del súper Puma a toda
velocidad. Otros soldados preparaban los explosivos que harían volar en
mil pedazos el helicóptero si en una hora no eran desmontados los
sistemas de seguridad, para no dejar la tecnología del helicóptero a
merced de los enemigos.
Estábamos dentro de la boca del lobo, rodeados de montañas que envolvían
el valle. Los disparos de los viejos pero temidos kalashnikob no
tardaron en llegar.
Punto de vista (Masha)
Manipulé los mandos de control del pesado Chinook hasta que el tren de
aterrizaje adaptable golpeó suavemente el suelo de la base militar.
Esperé mientras los tripulantes heridos bajaban acompañados por personal
sanitario. Intentaba establecer comunicación con el responsable de la
operación mientras caminaba hacia el Mangusta para saludar a mis compañeras.
Ví al comandante hablando por su comunicador cerca de un URO VAMTAC, nos
hizo un gesto para iniciar el despegue, estábamos a 38 minutos de vuelo
de la siguiente fase.
Estábamos a 42 grados a las 6:41 de la mañana, el calor era
insoportable. Subí al Chinook. Estaba manipulando los mandos de la
aeronave cuando nos comunicaron por radio que abortáramos la operación.
–          Fuego intenso en el valle. Equipo Aéreo se queda en tierra
hasta nueva orden.
          ¿En tierra? Grité dentro de la cabina del Chinook.
          Activé el micrófono:
–          – ¿Tenemos a nuestros compañeros a 38 minutos de vuelo bajo
fuego enemigo y vamos a quedarnos en tierra? ¡Tenemos potencial para
aniquilarlos!
Fueron 42 minutos eternos. Por lo que se conoció más tarde era un ataque
“de reconocimiento”, poco coordinado. Pero era imposible que mis
compañeros estuviesen más expuestos. El fuego llegaba desde las montañas
que envuelven el valle. El nombre de mis compañeros retumbaba en mi cabeza.
Hablé con el comandante y solicité un cambio de aeronave, tras mucho
discutir sobre el paso que dar, subí a un Mangusta y despegué con la
autorización del responsable. Por radio se comunicó 10 minutos más tarde
que dos tigres y dos chinook despegaban.
No era el mejor helicóptero de combate, pero era más ligero que los
tigres. Yo estaba en Afganistán para dar lo mejor de mí por la misión y
estaba dispuesta a dejarme la vida por mis compañeros si hiciera falta.
Hablé con el resto de la tripulación Rusa:
–          – Entramos, atacamos y cubrimos esperando el apoyo de los
compañeros con los tigres. Allí abajo nos necesitan.
Vi el radar y manipulé los controles iniciando la aproximación al objetivo.
Punto de vista (Aras)
Los insurgentes empleaban armamento ligero y RPG (lanzagranadas).
Nosotros conseguimos repeler al enemigo a duras penas. Teníamos 4
compañeros heridos.
Sabía dónde estaba, sabía que estábamos delante de la muerte. De repente
dejas de oír los disparos de los Kalashnikob. Eso es todo. ¿Están
muertos? ¿Se han ido? ¿Solo heridos? No recogen los cadáveres, así que
nunca tienes la certeza de haber causado una baja.
Tras 2 minutos de alerta máxima la lluvia de balas reanudó el banquete
de la muerte. Todo hacía imaginar que este asalto sería el definitivo.
El Mangusta entró en  escena lanzando ráfagas contra posiciones
terrestres enemigas. Los insurgentes huyeron y el helicóptero se quedó
custodiando la zona desde el aire.
Caminé hacia Yerik, que estaba herido en el suelo. Lo cogí como pude
mientras Pedro me cubría hasta dejarlo en un lugar menos visible para
los enemigos. El calor no ayudaba y la escasa visibilidad por la nube de
polvo que cubría todo nos dificultaba el trabajo.
Los compañeros habían conseguido desmontar todas las placas más pesadas
del helicóptero.
Volví a mi puesto protegiendo El Súper Puma junto a mis compañeros. Tras
apenas 15 minutos de silencio solo roto por los motores del helicóptero
que permanecía suspendido en el cielo, los insurgentes volvieron
lanzando granadas propulsadas por cohetes. Los enemigos se movían rápido
y todo apuntaba a que realizarían una ofensiva con todos sus medios.
Resistíamos al borde del precipicio.
El Mangusta dejó de atacar y se elevó, desapareciendo.
Punto de vista: Masha
La tripulación atacaba con la artillería del Mangusta mientras yo
maniobraba llevando al límite la nave. El combustible se acababa y no
podíamos estar más tiempo en el aire.
Hablé por radio solicitando autorización para aterrizar y repostar en la
base más cercana. Los dos tigres y el Chinook hacía más de una hora que
volvieron a base, por la peligrosidad de la zona.
Puse Rumbo a Qala i Naw para repostar.
–          Tenemos que sacarlos de allí o morirán, grité por radio.
–          – Es imposible establecer comunicación con ellos,
respondieron. – Ninguna aeronave despegará hasta que la situación
garantice que el resto del equipo pueda volver.
–          – Solicito apoyo de otro Mangusta, en 5 minutos podemos sacar
a los compañeros de allí si otra nave nos cubre desde el aire. ¡No
podemos dejarlos sin apoyo aéreo! ¡Van a morir!
20 Minutos de espera en los que no respondían a mis peticiones.
–          – Han establecido comunicación. Dos a64 y dos Mangustas
entrarán en la zona.
          Solicité permiso de despegue y rápidamente puse rumbo al
valle. Si mandan 4 efectivos aéreos…
Establecí comunicación con los otros pilotos para conocer la posición.
Inicié la aproximación al valle por la zona oeste y mis compañeras
trabajaban sin cesar con los sistemas de artillería. Hasta en dos
ocasiones intenté aterrizar, pero la poca visibilidad lo impidió. Volví
a intentarlo, llevando al límite los instrumentos de la nave, hasta que
conseguí finalizar la aproximación.
Subieron a Yerik y a 8 soldados más dentro del helicóptero. El tiroteo
era intenso. Despegar era imposible.
Ayudé a mis compañeras con los heridos, ví a Yerik.
–          Compañero, ya estás a salvo. En unos minutos salimos de aquí.
          Sus ojos habían perdido el brillo de la esperanza.
–          – Yerik, te voy a sacar de aquí, ¿Escuchas? Los servicios
médicos están preparados en la base. En cuanto sea posible despegamos.
          Le proporcioné primeros auxilios, pero Estaba muriendo.
Apreté la lengua contra los dientes para mantener la calma.
–          – Yerik, todo está bien. Tu hijo está esperándote en
Volgogrado y en cuanto lleguemos a Madrid te van a dar 15 días de
descanso y vas a poder disfrutar de su compañía.
          Me arrodillé delante de yerik y le cogí la mano con cariño.
–          – ya lyublyu Helion…
–          – Eso se lo dices tú en persona, Yerik. No voy a dejar que te
rindas ahora.
          Escuché  la orden por el comunicador, apreté la mano del
hombre  y corrí hacia la cabina, iniciando la secuencia de despegue.
          Apreté los mandos de la nave concentrada en la operación. Dos
tigres nos cubrían.
Punto de vista: Aras
Avancé junto a mis compañeros ganando terreno gracias a la ayuda del
equipo aéreo. Un helicóptero aterrizó y pudo rescatar a los heridos más
grabes. Los Apache a64 abrieron fuego contra los últimos insurgentes que
corrían por las montañas. Me detuve un instante para respirar. Los
helicópteros tomaron posiciones y un Chinook se situó sobre el Súper
Puma. Lanzaron las cintas de carga, pero era imposible verlas. Una cinta
golpeó la espalda de Pedro. Este la cogió y caminó hacia el Puma,
enganchándola en los soportes de carga. Otros compañeros cogieron las
demás cintas y las aseguraron en la nave siniestrada.
          El Chinook elevó la carga lentamente mientras nosotros
caminábamos con dificultad hacia otro helicóptero que aterrizó.
Punto de vista: Masha
Tras 16 horas de trabajo activo y más de 38 horas sin descansar, volví a
reunirme con mis compañeros en la base militar. Saludé uno a uno,
abrazándoles.
–          ¿Dónde está Yerik?. Le pregunté a Pedro.
–          – No ha salido, Masha.
Agarré a Pedro del uniforme y le miré fijamente.
–          ¿No ha salido?
          Pedro agachó la cabeza negando.
Solté a Pedro y caminé por la base, necesitaba estar sola. Rompí a
llorar, caminé durante largo rato sin prestar atención al comunicador.
No me di cuenta y salí de los límites de la base.
–          No es justo. Él tenía familia.
          Apreté los puños. Tenía que haber aguantado aún más en el
aire en vez de ir a repostar, teníamos combustible para mantenernos en
esa posición unos minutos más… y él estaría aquí, me repetía recordando
la fotografía de helion que me enseñó Yerik durante el vuelo desde Madrid.
          Escuché el grito de Pedro y Aras que corrían desde la base.
          Levanté la mirada y vi a un hombre que empuñaba un AK47,
escuché los disparos de los fusiles de largo alcance de mis compañeros,
pero el inmortal Kalashnikob cerró el trato con la muerte.