Nuevo relato de Diego: La negra soledad

Disclaimer

El siguiente relato contiene lenguaje ofensivo altamente explícito no adecuado para todo tipo de públicos.

La conocí hace 4 años. Fui con la rubia tarada de Esperanza, mi novia en ese entonces, a un boliche cercano ahí en mi barrio. Entre todo el gentío ahí estaba la negra. Eran compañeras de la secundaria. Las dos, siendo de clase social diferentes, eran más burras que yo. Una que era una rubia tarada ricachona, la nena bien, la que lo tenía todo, y la otra que era una negra fumanchera en la que nos vamos a centrar hoy. Bueno, fue bailar un rato con Esperanza, encontrarme a la negra, se llamaba Soledad, irme a bailar con ella, fumar puchos, mirarnos, coquetear, terminar besándonos y follando como podría ser natural. Y la dejé a Esperanza, la dejé tirada, rubia tarada ricachona con mucha plata, con los bolsos más caros y los zapatos, los taconazos, que se iba de compras y compras y se agarraba novios ricachones, y de orto (más por deseo sexual que otra cosa) estábamos juntos. Y esa noche la negra soledad y yo fumamos marihuana, nos volamos, follamos, nos cagamos de risa, vimos lo relativo, no la realidad, y pasamos una noche de la puta madre. ASí, de aquella forma fumanchera comenzó nuestra historia.

La negra soledad, radicada en Argentina había nacicdo en Colombia. Llevaba a una negra colombiana en la sangre, en la piel, en el alma, en la voz (escúchese su acento colombiano) y desde luego, en esa manera tan caliente de follar. Es que se había criado en los barrios más bajos de ambos países. Con muchas dificultades para estudiar, se atrazó tanto y tuvo que terminar la escuela (creo que jamás la terminó) siendo ya adulta. Adulta, pelotuda, fumanchera, caliente como las colombianas que conocí. La negra soledad no servía para nada, solo para coger. Coger en lenguaje español no (agarrar) si no coger de follar. Para eso servía. En sus tiempos había practicado artes marciales, lo que le valió un punto de macho man. La negra soledad era una orangutana, una negra de la villa. Eso era ella. Pero claro, yo era tan pelotudo, estaba tan volado, tan mal de la cabeza, que para mí era hermosa, me revolucionaba todas las hormonas. Porque ahí estaba, ofreciéndose cual puta barata (pero gratuita) pidiendo cual puta barata, abriéndose de piernas cual puta barata, gimiendo cual puta barata. Viviendo y respirando cual puta barata. Eso era ella, un sorete que hablaba y se movía, pero yo no me daba cuenta. Yo solo me dejaba llevar por su piel, su voz, su caliente mirada, su bagina palpitante, su clítoris. Era tan pelotudo (los dos éramos tan pelotudos) que solo follá
bamos como los pelotudos que éramos y yo rompía todo, ella no sabía limpiar, cocinar, hacer un carajo. Solo servía para follar. Era lo que hacíamos, aparte de hablar huevada y media y de cuando en cuando jugar a los jueguitos. Jugábamos a Mortal Kombat. ella siempre me ganaba. Tenía el lado Macho Man muy activo. Hablando de activo, era más activa que yo en la cama. Pero si me lo pedía, cómo no, le metía el palo hasta el fondo y le arrancaba unos orgasmos que para mí que llegaban a todo el edificio. Porque yo vivía solo en aquel departamento, habitado por cucuarachas, ratas y alacranes. Ella llegaba, me tocaba timbre, si yo estaba durmiendo o algo se ponía a timbrar y golpear la puerta como el camionero que llevaba dentro, hasta que yo con cara de ojete me despertaba, le abría la puerta y lo primero que hacíamos era quitarnos la ropa y, si me daba la gana, penetrarla y hacerle gritar como la puta que en verdad era. Porque Soledad era una puta colombiana, inservible, inútil. Solo sabía coger, fumar, bailar y boxear a lo macho man. No sabía un carajo de matemáticas, de programación, de música, no sabía escribir, escribía como una nena en primer grado que está aprendiendo, no sabía cocinar, no sabía limpiar, no sabía razonar, no sabía hacer un carajo. Y yo desde luego, no me quedaba atrás. No era pelotudo, estaba pelotudo que es diferente.

Qué piola la pasábamos juntos, haciendo nada. Por supuesto, mi mamá tuvo el placer (nótese la ironía) de conocerla. Mi papá no. Estaba vivo porque estoy hablando de hace 4 años atrás, pero ausente. Y claro, mi mami, una santa, la intentó apartar de mí, me intentó apartar de ella, «esa mujer lleva el diablo consigo, hijo», la tachó de pecadora, le dijo 4 cositas bien dichas, y desde luego la negra Soledad, colombiana y fumanchera como su pollera colorá, con su concha peluda pidiéndome más, se metía lo que mi mami le decía por donde se lo tenía que meter. Recuerdo cuando yo fui al colegio donde estas dos locas iban a terminar (o simular que terminaban) la secundaria. Me acuerdo de Victoria, la mejor amiga de Esperanza, otra nena mimada de alta sociedad, insoportable, aguantada, envidiosa, venenosa. Todo el día se pasaban chismorreando de lo lindo estas dos. Planeaban. se llenaban las manos de veneno listo para esparcirlo, hablaban de la pobre negra que no tenía la culpa de llevar esa vida de puta barriobajera que le tocó en suerte. Planeaban entonces, malas, maliciosas, planes para separarnos. Porque en el colegio las noticias corrían como el agua. Yo recuerdo al profesor de matemáticas, Miguel. Me acuerdo de cuando fui a presenciar un examen. La negra no había estudiado un choto, pues no servía ni para estudiar. Ella lo que hacía para pasar era aprobar por aprobar, sin aprender. Para mí que le tenían lástima y le regalaban las materias. Pero yo la descubrí a la negra. Miraba las hojas de las otras chicas, miraba la hoa de Esperanza por ejemplo, que siempre destacaba entre las mejores alumnas y solo estaba atrazada de pelotuda que era. Desde luego, no todas las rubias son tarada, pero Esperanza era un gran ejemplo de las que sí lo eran. Esperanza tenía una vocecita aguda e insoportable, que yo me encargaba de callar a besos y vergazos. Pero no la callaba del todo, a veces me ganaba unos gemidos de putita auténtica en su lugar. Porque Esperanza, así rica, con sus bolsos caros, sus zapatos, su pintusa tan cheta de alta sociedad, era una putita infeliz, por eso la dejé y la cambié por una macho man que no servía ni para contar hasta 10 salvo para contar las trompadas que me había de dar. Y porque soy demasiado pelotudo desde que nací, eso ya está más que claro. Decía, Esperanza era la alumna excelente, la estrella, la envidia de sus demás compañeras, porque era de una familia tan poderosa que los profesores se meaban en los pantalones y era mejor tratarla como a una princesa. Y bueno, la negra soledad a pesar de la bosta que dije de ella tengo que reconocer que tenía una astucia que yo no. Sabía copiarse de Esperanza sin que el pobre Miguel, que sospecho que estaba cagándose de sueño esperando qu
e sus alumnos descerebrados entreguen cuanto antes el examen, «che, que me estoy cagando de sueño, y éstos no estudiaron y yo me levanto a las 6 de la mañana para darles un examen que no van a saber resolver, la puta que lo parió», y entonces Miguel le ponía notas como 10, 9, 8. Claro, a pesar de que yo dijera que la negra no servía para nada, resulta que astucia le sobraba. Algún problema o ejercicio lo respondía mal a propósito para que no se notara la copia. Incluso si tenía que explicar cambiaba palabras sinónimas, siempre garabateando como un nene que recién está aprendiendo. Yo me cagaba de risa, nos cagábamos de risa los dos, fumábamos más puchos para festejar, y Esperanza y su mejor amiga cotorreaban y preparaban más veneno para lanzárnoslo. Inventaban que Soledad ya tuvo otro amante, más de un amante, dentro y fuera del colegio, inventaban que se acostaba hasta con los profesores, la metían en problemas, hacían que le llamen la atención injustamente. Pobre negra.

La sole tenía una hermana, Ximena. También, otra colombiana. Pero ella había sabido migrar a Argentina, buscar una buena vida y se volvió una chetita. A mí no me caía muy bien, no era una negra fumanchera. Era una chetita y ya se sabe que no me llevo bien con los chetos. Pero quien sí se la llevó a la cama y todo fue el gordo Juan. Una vez el gfordo llegó desde la concha de la lora, lo alojamos en mi departamento con la negra, la conoció, se la folló, se la folló con mi consentimiento y hasta con mis animaciones, pues ellos follaron esa tarde y yo le hacía el aguante a Juan, «Dale Juan, dale gordo, metésela sin miedo, metésela hasta el fondo, hacela gritar, hacela gemir», y él excitadísimo con su súper poronga, porque la poronga del gordo daba mucho de qué hablar. Así como era, unos años mayor que yo, llegó de un pueblo del interior tan pobre en el que era todo pampa y descampado, no había mujeres, las que había eran todas viejas y feas así que jamás en su vida había follado. Con la negra folló por primera vez, esa noche lo sacamos a bailar al mismo boliche al que fuimos con Esperanza antes de mandarla yo bien a la concha de su hermana, ahí estaba Ximena. El gordo fue, con torpeza y timidez se le acercó, bailaron, supongo que se conocieron y charlaron, hasta que los vi salir juntos del boliche. Se fueron en el auto lujoso de ella hasta su también l
ujoso departamento, donde por lo que el gordo me contó, follaron tras charlar y conocerse mejor, y supongo que el gordo la castigó con su súper palote, porque yo se lo vi y la verdad que tenía una poronga que madre mía. Para mí que se la pasaron en grande porque al día siguiente continuaban en el departamento de esta, lo cual nos alegró a Soledad y a mí pues a este gordo ciertamente teníamos que cuidarlo y mantenerlo como a un nene, cuando a duras penas podíamos mantenernos a nosotros mismos.

La negra Soledad conoció a Carlitos, su compatriota. Cómo te extraño, Carlitos, otro día voy a hablar de vos. Fue camarero en uno de esos boliches por muy poco tiempo, y para mí que la miraba con ojos de deseo a la negra. Ese carlitos fue un caballero tan buen amigo y tan leal que otro día voy a hablar exclusivamente de él, se merece todos mis recuerdos.

Ese año fue cuando conocí a Gabriela, la prostituta brasilera que me daba yerba amazónica, vez pasada escribí un artículo sobre ella. La negra soledad no sintió celos para nada, al revés me animaba a follar con ella, a ir a su casa, a fumar yerba amazónica pero claro, si la negra ni idea tenía, igual que yo, de la bruja que era la Gabriela en realidad. Para mí que la energía negativa de Esperanza y su amiguita insoportable tuvieron algo que vver. En una de esas vino una noche mi vieja (soledad conoció a la fea de Rita gracias a Dios únicamente de vista) me cagó a pedos, cuando estábamos La negra, ANtonio (otro amigo) y yo pasándola en grande en el departamento. Con mi vieja había llegado María, la mujer de Antonio. Porque éste al igual que yo andaba de mujer en mujer, pero casado con una y por tanto siéndole infiel. Por cierto, Antonio es español y jamás me lo crucé por adrid, cómo lo extraño. Decía, llegaron mi vieja y la mujer de Antonio, nos cagaron a

Nos cagaron a pedos mi vieja a mí, María a Antonio, y Soledad se enojó conmigo. ¿Por qué? Porque mi vieja entraba a mi casa aunque yo no quiera y me cagaba a pedos por hacer la buena vida. Me llamó nene de mamá, incluso. Se enojó, agarró sus cosas, se fue, y yo me quedé triste, desolado, Antonio y María también se fueron peleados o peleándose, y yo me quedé llorando, mirando al infinito, pues ahí estaba Gabriela al asecho, la vieja Rita persiguiéndome, mi vieja presionando para que nos casemos. Y la negra se fue, desapareció, se enojó, no me contestó el celular, y en el colegio seguían los cotilleos. nos dejaron mal parados Esperanza y sus amigas ricachonas de alta sociedad y bolsos de marcas escandalosas y coches, mansiones, choferes y cocineras (exagero un poco) pero pasaron los días y Soledad, haciendo honor a su hombre, empezó a quedarse sola, sola por la vida, pues sus pocos amigos y pocas amigas la habían dejado. Ya nadie la encontró atractiva, nadie le dio siquiera unas moneditas por una mamada. La negra Soledad y yo volvimos un tiempo después cuando las aguas se calmaron y yo gracias a la bruja Inés, logré desaparecer a Gabriela de mi vida. Porque también Rita y mi vieja se dejaron de joder. Volvimos un tiempo más, pero la dejé, me di cuenta que no era una buena companía para mí, que no servía más que para vivir y respirar por el hecho de permanecer viva, la dejé, la cambié, me acosté con mujeres más inteligentes y limpias y femeninas, y la negra, como bien se llamaba Soledad, quedó sola por el mundo, llorando del sentimiento que lleva su nombre, y hasta hoy no volví a saber de ella.