Nuevo relato: Rita

Disclaimer

Este relato contiene escenas y lenguaje ofensivo no apto para todo el público.

Rita era fea, incuestionablemente fea. Fea como un mono. Monstruosa, inhumana. Eso era ella. Una vieja fea, estragada, un amacijo de carne ajada. Eso era. Tenía la cara demasiado arrugada, que no lograba disimular ni con las múltiples cremas que se ponía para la piel. Ni siquiera el maquillaje, que solo se aplicaba para intentar seducirme, le borraba las ojeras, las derrotas de la vida. no tenía dientes. Es decir, no tenía dientes de hierro, tenía una dentadura postiza la cuál no siempre se ponía. Al hablar no se le entendía un choto. Tenía la típica voz chillona de una vieja chota, que naturalmente grita y claro, es difícil entenderle. Me acosaba. Me perseguía. Era mi promesa de amor, de casamiento, de matrimonio, claro, todo impuesto por mi santa madre. Ella decidió la unión. Cuando tenía 15 años me presentó a la mujer, es decir la vieja, la señora, la fea, la mona, el cadáver viviente con quien me iba a casar. Ella quería que nos casáramos, sus amigas marimachas de la iglesia, su sacerdote con olor a cebolla, quería que nos casáramos ante Dios, yo que era el chico más guapo por el que todas las pivas se meaban encima, y ese pedazo de carne vencida. Decían que su familia era muy rica, de clase muy alta. Para mí que eran todos bolazos. Me sentí humillado. Sentí que mi mamá no me quería. ¿Cómo podía obligarme a casarme con ese monstruo?
Pero mi mamá no desistía. Decía que yo tenía que hacerla abuela, darle hijos, con esa pobre mujer que tal vez no pueda tener un puto orgasmo. Pero con eso último estaba equivocado. A ella le venían múltiples orgasmos con solo mirarme, sin que le hiciera nada. Me reclamaba, me enseñaba sus pechos caídos de gorda diabética, su coño peludo que solo mirarlo me provocaba náuseas, su boca de gorda mamona profesional. Me reclamaba. Necesitaba que se la meta. Yo cerraba los ojos, intentaba escapar. Ella se me pegaba tanto que me seguía, me seguía a todas partes. Me reclamaba y me venía loco con que teníamos que casarnos, que era la ley de Dios, que Dios nos mandó casarnos ante él, y toda una cháchara que a mí me parecía de lo más ilógica, siempre sin dientes, con esa voz de borracha chupapingas que no pronunciaba bien las consonantes, con esos chillidos de vieja chota necesitada, con ese aliento avinagrado que parecía un cadáver en descomposición. De hecho, si la besaba (porque ella me forzaba a besarla) me quedaba con tan mal sabor y tan mala sensación que sentía la necesidad de bomitar hasta lo que haya desayunado. No podía seguir, sentía toda la boca manchada, llena de mierda, tenía que ir a lavarme los dientes 4 veces seguidas, bomitar, lavarme 4 veces más los dientes, porque soy así de pilingo. Y mi mamá, indiferente, yo diría que hasta disfrutándolo, presionando para que nos casáramos ante Dios, concertando sus citas con sus marim
achas, sus santurronas aguantadas que apuesto mis huevitos que ya no los tengo a que jamás tuvieron un orgasmo en su vida, su curita afeminado que apuesto mi pija que aún se me para y funciona a la perfección que a éste no se le paraba, era tan impotente, tan impotente, que solo se le levantaba la cuestión rezando ante el micrófono y llegaba al éxtasis al terminar. Todos presionando para que nos casáramos, sermoneando huevada y media, la vieja Rita espantándome cual momia, solo faltara que ruguera y me comiera, vamos. Cuando me retiré a vivir solo, sin duda porque a mi santa madre no se le escapa un detalle, la vieja Rita supo dónde estaba mi nueva madriguera. Mi madre, sus marimachas monjas, sacerdotes y demás personajes son o eran personas conspiradoras, sin escrúpulos, de las que no descansaban y no se rendían, con una fé ciega ante Dios y una sarta de huevadas que ni ellos se creían. Entonces la vieja Rita encontró mi casa, no lo dudó, me tocó el timbre, me despertó, me cagué en todo lo que se mueva y permanezca inmóvil porque podían ser horas como las 8 de la mañana y a esa hora soy un monstruo, tocaba el timbre desesperada la vieja Rita, necesitada, con su coño peludo y húmedo, latiendo por mí, me llamaba «Dddiiieeeeeegooooo» así con esa voz basilante, estragada, ininteligible, chillona de vieja loca, con su bata de vieja loca despertándome a las 8 de la mañana, desesperada porque le abra. Yo entonces lo que tenía que hace
r era abrirle, o cuanto más la dejaba pasar más insistente se ponía, incluso si apagara las luces. Le abría la puerta, hacía lo posible para que desaparecise, pero ya era tarde. Entraba posesivamente a casa, me desnudaba a la fuerza, me obligaba a besar esa boca con sabor a nuerte, a lamer esa cosa peluda mientras no descansaba ella, intentaba seducirme, hacerme ceder, hacerme bajar la guardia. Y claro, respiraba entrecortadamente, genía, genía así de fuerte, llegaba a unos orgasmos los cuales yo no hacía méritos para probocárselos, y solo sentía al principio mareos y bloqueo, ganas de bomitar, después asco y repulsión, y las ganas de bomitar ya eran un hecho. Le bomitaba encima, bomitaba el piso, y ella sin inmutarse, simplemente dejaba el bómito regado incluso en su cuerpo, y yo siempre que podía moverme no me quedaba otra que agarrarla a la fuerza, abrir la puerta, sacarla de ahí, cerrar con llave, desconectar todo. Teléfono, timbre, todo- Pero no siempre era efectivo. Ella estaba como un imán, no podía sacármela de encima. Y mi madre, indiferente, disfrutándolo, porque hasta mi papá veía con espanto a mi prometida.
«Hijo, la puta que la re parió a la vieja, no te cases con la vieja aquella, no les hagas caso, Dios no te va a mandar al infierno», y desde luego mi viejo sí que tenía la razón, todo lo contrario a mi santa madre. Él sólo iba a misa para que mi mamá dejara de hinchar los quinotos. Desde luego se aburría, no rezaba, me comprendía, estaba de mi parte, a veces mientras mi madre estaba en pleno éxtasis religioso, mi viejo de la manera más discreta me iba sacando de la iglesa, si era necesario alegaba que teníamos que ir al baño, y nos desaparecíamos a la mierda, principalmente a comer ya que a él le daba igual, pero a mí me urgía. Cuántas mañanas por culpa de mi santa madre caía desmayado, y todo porque a la santurrona se le ocurría ir temprano a misa, siempre en ayunas, «A Dios no se lo deja último en la fila, hijo,» decía ella, y yo no tenía fuerzas, hacía lo que podía, alegando que me sentía mal, que tenía que ir a otros lados, que después iba a la tarde, pero mi mamá incansable me terminaba llevando a la fuerza a Misa, y yo msentía que me moría, me desmayaba, me ponía pálido y con un poco de suerte recién ahí se compadecía de mí y me sacaba a comer.
Y claro, todo hasta que llegó la vieja Rita a mis 15 años y Dios me castigó por limpiarme pajas y pajas, por limpiármelas incluso en su nombre, porque a veces arrancaba alguna hoja de la biblia y me limpiaba una paja con ella. Era un pecador, un pecador nato, como lo era para hacer cualquier otra boludez. Era feliz pecando, disfrutaba de mis pecados, sabía que Dios no me iba a mandar a ningún infierno de nada, en todo casi la justicia que existe y funciona (si es que funciona) será siempre la humana. La justicia divina son estupideces que te cuentan para meterte miedo, para esclavizarte. A puesto el cadáver de Rita, si es que ya murió (cosa que deseo con ardor) que las monjas colegas de mi santa madre estarían desesperadas porque un hombre, dudo mucho que un sacerdote maricón en el armario, les abriera las piernas y se la empujara así, hasta el fondo poniéndolas a genir como las verdaderas putas que sospecho que serían. Porque esos curitas con olor a cebolla, voces más o menos afeminadas, supongo que la tienen chiquitita e insensible, por eso cuando me hacía una paja me la tocaban, me la manoseaban y sospecho que con ardor y ganas (y sospecho que ahí sí tenían una erección) me cagaban a pedos como si masturbarse fuera matar a alguien. Llegó la vieja Rita y Dios, si existe, no me mandó al infierno, sinó que lo trajo a mi casa. Gracias a Dios, hace como 4 años que no sé de ella, nunca la he vuelto a ver.