Nuevo relato de Orson: Como un reloj de engranajes

Mi nombre es Orson Levi Christophersen Temm. Soy el mayor de tres hermanos cuyos padres son grandes idealistas, amantes de la naturaleza y profesionales. Los demás son Izak Carter Christophersen Temm, el hermano del medio y mi mejor amigo, y Alaniss Madison Christophersen Temm, la pequeña y mi consentida. Si hay alguna mujer que quiero en mi familia aparte de a mi madre, es a ella.
Los tres hemos nacido en Wisconsin, respectivamente en 1994, 2000 y 2003. Recuerdo que cuando éramos pequeños, nuestros padres, Ian Robert Christophersen Cameron (Herpetólogo) y Alisa Temm (Bióloga Marina), nos llevaban siempre a pescar al lago Madison, que no quedaba lejos de nuestra casa. De hecho, cuando Alaniss nació, su segundo nombre fue precisamente Madison en honor a nuestro lugar favorito para acampar o hacer picnic. Según mis padres me contaron, los tres tenemos nuestros primeros nombres de acuerdo a un significado mítico, especial para ellos o que les recuerda algo. Es así como yo soy Orson, que literalmente significa oso, Mi hermano es Izak, amoroso y perseverante, y la pequeña Alaniss se denomina así por la artista favorita de mis padres, Alaniss Morissette.
Hablando de mis padres, ambos trabajaron grabando a los animales en su hábitat natural, realizando muestreos y curaciones para organizaciones locales en Wisconsin que fueron creadas especialmente para proteger la naturaleza del estado y demás. En cuanto a nosotros tres, pues… Cart y yo fuimos locos de los ordenadores desde pequeños, por lo que no sorprendió nada a toda mi familia que al final yo decidiera estudiar ingeniería informática. Carter, en cambio, se dedicó por entero a la literatura. Desde que leyó a Fitzgerald, Hemingway, y posteriormente a King y Lobecraft, entre muchos otros seguramente, lo perdimos todos. Ahorró para comprar un ordenador, igual que yo, pero se dedicó a escribir. Incluso me parece haber leído varios artículos en sitios importantes en los que ha participado. No se lo he dicho, pero qué orgulloso me siento de él. Alaniss, indecisa y dejándose llevar, está entre ser veterinaria y abogada. Todavía no lo decide del todo pero la apoyaré en lo que desee, como siempre he hecho.
Sin embargo, la niñez terminó para los hermanos mayores, y de etapa en etapa llegó la mayoría de edad. Nos pareció tan corto el tiempo… pero en lo menos que pensábamos era en perderlo. Ambos teníamos un mismo sueño. Seguiríamos unidos, pero siempre proveyendo a nuestra familia como ellos lo hicieron con nosotros cuando éramos pequeños. Podría decirse que era una forma de devolverles todo el dinero que gastaron en nosotros, pero todo lo contrario, era una forma de agradecerles por lo que somos y mostrarles lo que seremos, o al menos lo que pretendíamos ser. Entonces, comencé a cursar la universidad siguiendo ingeniería informática, mientras Cart estudiaba su carrera preferida, filología. Éramos una familia muy feliz y unida. Los hijos proveíamos a la casa en trabajos de verano y ocasionales que teníamos, mientras Alaniss nos ayudaba con tareas de casa y nuestros padres trabajaban tranquilos, a lo suyo, en la naturaleza que tanto les encantaba. Y si algo separó a esta familia perfectamente funcional como si fuera un reloj de engranajes, fue la misma naturaleza.
Nuestros padres se obsesionaron con una nueva forma de trabajo, era una ciudad en pleno parque nacional. Además, contaba con reserva marina, y una cosa que muy pocas partes del mundo tienen. Animales endémicos de la zona y únicos en el mundo. Tal es el caso de Galapagos Islands (Las islas Galápagos), hogar de las tortugas gigantes, donde se hallaba la sede más grande de una organización sin ánimo de lucro que se encargaba de proteger la reserva marina y el parque nacional que tenía todo el archipiélago. Investigando y pidiéndonos ayuda para mandar curriculums por internet, lograron entrar en la organización. Nos lo explicaron después, en el preciso instante después de agradecernos. Mi madre se iba a encargar de dive master, tabulación de especies en la reserva marina y curación con reactivos químicos, mientras mi padre trabajaría con reptiles endémicos e introducidos en las islas, conteo y determinación de aumento/disminución de especies invasoras y porcentaje de peligro para el parque nacional y balance con intervención humana de redes tróficas en el ecosistema.
Mátennos, pero no entendimos absolutamente nada de todo ello. Cart asintió, yo dije OK y terminó allí la conversación. Una semana después, ellos tenían tres pasajes de avión hacia Ecuador, Galápagos. Se iban a llevar a nuestra tan queridísima Alaniss.
El día de nuestra despedida los cinco lloramos amargamente, y nos prometimos a todos siempre estar en contacto. No era una mala situación, pero estábamos tan bien que lo menos que queríamos era separarnos. Al final, en la casa que luego terminó siendo demasiado grande para nosotros dos, quedamos Carter y yo. Quisimos superar todo eso pero la gran casa estaba tan llena de recuerdos que… decidimos probar suerte mudándonos a otro sitio, algo más personal. En una llamada que mantenía Cart con Alaniss, apareció en una página de noticias que siempre reviso y que me pareció muy fiable. Una multinacional llamada Imperium se estaba extendiendo brutalmente con intención de monopolizar varios países al tiempo. Ya lo había hecho con toda Madrid y algunas ciudades más de España, y la página rezaba que había gran prosperidad económica y un mundo de posibilidades para un recién llegado. Dejé la página abierta y el ordenador en suspensión, cuando Cart me llamó para hablar con la familia. Fueron dos largas horas entre risas y recuerdos, entre varios te quiero y un montón de te extraño, mas algunos espero volver a verlos pronto. La despedida fue triste de por sí y seguro nos salía una factura kilométrica, pero qué más daba, la economía comparada con el amor de familia valía muy poco. Fue entonces cuando lo hablé con Carter.
¿Estás loco? Exclamó él, algo alterado. Yo negué levísimamente con la cabeza y le sonreí, pero su mirada era de profundo enfado y desconcierto. Me sorprendía que mi hermano menor me mirase así porque estábamos de acuerdo en todo, o casi en todo. Esto fue la primera desavenencia en mucho, mucho tiempo. El único que dominaba el español, aunque más o menos, era yo. En varios juegos por internet conocí a los Pérez, sobre todo a su hija Yiseni. Eran dominicanos. Incluso recuerdo que una vez se vinieron aquí a Wisconsin a pasar el invierno con nosotros e hicimos multijugador en persona, entre varias cosas más.
Carter seguía mirándome con aquella rara mirada de enfado y desconcierto, sensaciones que no lograba determinar. ¿Qué pasa? Le pregunté. Él negó y me respondió realmente alterado y en un inglés que más parecía de eminem porque lo decía todo a gran velocidad. Ahora el que negó fui yo. Salí de casa y decidí esperar a que se relajara, luego retomamos el tema. Fue en ese momento, y no en otro, cuando por fin me lo explicó.
Estamos bien aquí. ¿Por qué quieres huir? Me dijo, aún extrañado. ¿Huir? Insistí. Nada de eso. Volví a negar. Entonces, procedí yo también a explicar mis puntos de vista.
Mira, Cart. Tendríamos muchas más posibilidades de proveer a  nuestra familia, allí en las galápagos. En España las oportunidades de trabajo son altas, según dicen. ¿Y si no? Insistió él. Yo le contesté. Espera, déjame terminar. Son altas. Puede que consigamos trabajos incluso mejores que los que ya tenemos. Incluso he leído que nos podemos titular, probablemente con un título avalado tengamos aún más posibilidades de trabajo que aquí. Sabes cuánto nos cuesta hacerlo? Carter asintió conmovido. Luego preguntó: ¿Y la casa? ¿Qué haremos con la casa? La rentaremos, le contesté. La rentaremos y todo ese dinero se lo enviaremos a papá y mamá para que cuiden de la pequeña Alaniss, ya verás qué bien nos va a ir.
Seguimos hablando del tema por mucho, mucho tiempo. Luego volvimos a nuestros ordenadores, a teclear, a encerrarnos cada uno en su propio mundo virtual de aficiones y pasatiempos que nos reconfortaban, que nos hacían olvidar todo lo que tenía que ver con trabajo, y no con aquello que realmente queríamos.
El día terminó. Ambos nos duchamos, cenamos ligero y nos fuimos a dormir. Yo estaba rendido. Hacer de psicólogo no era mi fuerte y mucho menos explicar cosas que son tan obvias, que cualquiera las puede entender. Carter era muy tozudo y era algo con lo que había tenido que aprender a lidiar desde hace tiempo, pero supongo que el aprendizaje me estaba cansando demasiado. Recuerdo que me preguntó algo pero ya estaba llegando a la etapa más pesada del sueño.
Desperté. Desperté temprano y agarré el móvil. Era una de mis costumbres más arraigadas de freak de la tecnología. Algo tenía con el móvil, sí señor. Sin embargo, lo que hice en lugar de entrar a jugar cualquier cosa que haya tenido instalada, entré a un app de reservación de vuelos. Ya se imaginarán. Destino, España.
En quince días estábamos ya volando desde Wisconsin hasta Madrid. Mi cara deseaba ver nuevos horizontes, conocer nuevas costumbres, nuevas cosas. Carter iba como acongojado a mi lado, como si tuviera algún mal presentimiento que no se animaba a confesarme. ¿Qué te pasa, Cart? Le pregunté extrañado. ¿A mí? Nada, nada, hermano. Sonrió. Era una sonrisa falsa y se notaba a leguas, pero decidí no insistir. Estaría nervioso, eso es todo. En ocho horas o así, ya estábamos sobrevolando Madrid. Desde aquí se veían las cosas y las personas como de juguete, pensé. Un pensamiento demasiado infantil como para mencionárselo a Cart, en extremo supersticioso y bromista. Me iba a molestar todo el viaje con el vendito pensamiento. Así que callé, y esperé a que llegásemos.
Desembarcamos. Nos encontrábamos en el aeropuerto Barajas, sección internacional, de Madrid. Rápidamente nos acercamos ambos al consulado en taxi, y obtuvimos dos residencias no lucrativas que podíamos renovar cada dos años. No era lo que esperábamos pero qué más daba, ya estábamos aquí. Ahora…  a encontrar dónde vivir, dónde dormir por lo menos.